Miguel Hernández

A España bien podemos llamarle ‘madre patria’ por el sólo hecho de haber parido a Miguel Hernández, a Antonio Machado, a Federico García Lorca, sin mencionar músicos, pintores, etc.

Miguel Hernández es uno de los poetas de la generación de la Guerra Civil Española que, junto a los nombrados, me causa admiración, emoción y respeto.

Miguel Hernández nació en Orihuela, España, el 30 de Octubre de 1910.
El pueblo de Orihuela ya está trabajando en vista al centenario del nacimiento del gran poeta que unió su vida a la literatura, luchando y cantando ‘para libertad’. Suya y nuestra.
Se le fue la vida en ello.
Para quienes es negocio un mundo esclavizado, lo encarcelaron hasta su muerte joven.
No han podido acallar sus versos.
Provenía de una humilde familia rural.
Cursó pocos estudios.
Su padre lo necesitaba en el campo.
Mientras cuidaba ovejas escribía sus primeros poemas y leía Virgilio, San Juan de la Cruz, Gabriel Miró y Paul Verlaine, entre otros.
Los grandes autores del Siglo de Oro fueron sus maestros: Cervantes, López de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, Góngora.
Los libros fueron su principal fuente de educación.
Fue totalmente un autodidacta.

Al declararse la Guerra Civil Española se alistó en el 5to Regimiento (Republicano).
Su poesía, que había tenido una etapa surrealista, se hizo social, con inclinación a los pobres y desheredados de España.

En el documental ‘Morir en Madrid’ de Frederic Rosiff se lee que en 1931 España tenía 24.000.000 de habitantes, de las cuales 12.000.000 eran analfabetos, 8.000.000 de pobres y 2.000.000 de campesinos sin tierra.
Sólo 20 mil personas eran dueñas de la mitad de España. Provincias enteras eran suyas.
El salario era de 3 pesetas por día. Un kilo de pan costaba 1 peseta.
Si 20.000 eran ricos, otros 20.000 eran linyeras.
Había 31.000 sacerdotes, 60.000 monjas.
Había un oficial por cada seis hombres.
Un general cada cien soldados.

Voy a detenerme en dos cartas de Miguel Hernández.

Rescato fragmento de una misiva que Miguel Hernández –con 19 años- le envía a Juan Ramón Jiménez desde Orihuela en Noviembre de 1931.
‘Venerado Poeta’ le dice. ‘He leído cincuenta veces su ‘Segunda Antología’ ¿sabe dónde? donde es mejor: en la soledad, a plena naturaleza, en la llorosa hora del crepúsculo’
Luego le cuenta ‘Soy pastor de cabras desde mi niñez, porque mi padre me dio este oficio que fue de dioses paganos y héroes bíblicos’.
Y le confiesa ‘pastor y un poquito poeta. Tengo un millar de versos sin publicar. A veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor. Yo sé que escribiendo profano el divino arte que Usted canta, admirado maestro’.
Termina ‘¿podrá Usted recibirme en su casa de Madrid y leer lo que le lleve? Se lo agradeceré eternamente’

Tras la caída de Madrid, en abril de 1939, Hernández fue detenido por la milicia del General Francisco Franco en Rosa de la Frontera (Huelva) y enviado, sin ningún proceso judicial, a la cárcel del lugar.
El 12 de septiembre de aquel año le escribió a su esposa, Josefina Manresa.
Con Josefina tuvo un hijo, Manuel, en enero de 1939. Manolillo tenía entonces 8 meses.
‘Mi querida Josefina: he estado cavilando sobre tu situación, cada día mas difícil’ comienza diciendo.
‘El olor a cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Te mando estas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme’.
Luego le pide a Josefina ‘en la próxima (carta) cuéntame algo de nuestro Manolillo. Supongo que hablará más que un loro. Si supieras que ganas tengo de oír su voz, se me ríen los huesos sólo de imaginarla; con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad’.

Hernández fue condenado a muerte en enero de 1940. La sentencia le fue conmutada por una pena de treinta años de prisión. Luego de pasar por las cárceles de Madrid, Palencia, Ocaña y Alicante, falleció en esta última de tuberculosis el 28 de marzo de 1942. Tenía 31 años.

‘La nana de la cebolla
Miguel Hernández

‘La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba
con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Tu risa me hace libre
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela
corazón que tus labios
relampaguea.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
no sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Este poema fue musicalizado por Alberto Cortez. Grabado por Joan Manuel Serrat.
Alberto Cortez estuvo hace años en el teatro ‘Círculo Italiano’ de Villa Regina.
Recuerdo que cuando cantó este poema el escenario quedó a oscuras, virtualmente la orquesta desapareció de nuestra vista, sólo un haz de luz iluminaba la cara de Cortez y en el fondo negro del telón, completaba la mínima escenografía, un pequeño cuadrado que remedaba la ventana con barrotes de una prisión.
Fue, sin lugar a dudas, el tema que más nos conmovió aquella noche.

*** *** ***

Hernández tuvo, desde la niñez, un entrañable amigo, José Ramón Marín Gutiérrez, ensayista y abogado, quien firmaba con el seudónimo de ‘Ramon Sijé’, y que falleció en la nochebuena de 1935 a la edad de 22 años.
Ello dio lugar a la ‘Elegía’ (del libro ‘El rayo que no cesa’), uno de los poema más conocidos de Miguel Hernández, que se llevó una elogiosa crítica precisamente de Juan Ramón Jiménez, quien no se iba en ponderaciones.
He aquí unos algunos versos de la ‘Elegía’.

(En Orihuela, su pueblo y el mío
se me ha muerto como el rayo
Ramón Sijé, con quien tanto quería).

‘Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos’


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Desembarco de los Treinta y Tres Orientales

'La palabra amenazada' II

Morriña del terruño