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Mostrando las entradas de 2017
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CASA NERUDA II LA SEBASTIANA Neruda le encargó a su amiga escultora Marie Martner que le localizara una casa en Valparaíso para escribir tranquilo. Marie encontró una casa sin terminar en el cerro Florida. La había construido el español Sebastián Collado quien falleció antes de terminarla. Al poeta le gustó porque era disparatada. Como era muy grande la adquirió a medias con Marie y su esposo, el doctor Francisco Velasco. Éstos compraron los dos pisos inferiores y Neruda se quedó con el tercero y cuarto, y la terraza. ‘Salí perdiendo compré puras escaleras y terrazas’ decía en broma. El poeta la decoró con fotos antiguas del puerto y un gran retrato de Walt Whitman. ¿Es su padre? le preguntaron. ‘Sí, en la poesía’ contestó Neruda. La bautizó ‘La Sebastiana’ en honor al constructor español. ‘Él no hacía versos pero era un poeta de la construcción’. Sebastián Collado había nacido en Tamarit de Litera. A Pablo le recordaba el libro ‘Diván de Tamarit’ de Federico García Lo
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CASA DE NERUDA I LA CHASCONA Estuvimos en Chile. Visitamos las tres casas de Neruda administradas por la Fundación Pablo Neruda. Comenzaré hablando de la Chascona ubicada en Santiago. En sucesivas entregas lo haré de la Sebastiana (Valparaíso) e Isla Negra. Chascona es nombre quechua que en Chile refiere a cabello enmarañado, como lo tenía Matilde Urrutia. ‘Me falta tiempo para celebrar tus cabellos’ escribiría el poeta. Neruda comenzó a construirla en 1953 para enmascarar su furtiva relación con Matilde. Cuando su esposa Delia se enteró del vínculo, se quedó a vivir en Michoacán de los Guindos, hoy museo dedicado a ella. La Chascona se levanta en una de las laderas del cerro San Cristóbal, en el barrio Bellavista de Santiago. Germán Rodríguez Arias, el mismo arquitecto que tuvo a su cargo la obra de Isla Negra se encargó de la Chascona. Neruda fue un arquitecto nato, dice su biógrafo Volodia Teitelman. Siempre estuvo embarcado en construir casas. Las alhaj
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BASÍLICA DE LUJÁN Volvíamos de Buenos Aires, por Ruta 7. Tuvimos un descuido, nos pasamos de largo. Cuando retrocedimos, el camino nos llevó al centro de Luján. No importa, dijimos, seguiremos hasta la ruta 5 por adentro. Llegamos a una rotonda y a nuestra derecha se levantó majestuosa, con su más de cien metros de altura, la Basílica. Habíamos estado allí en los ochenta. Nos volvió a impactar. No se puede creer semejante monumentalidad. Fuimos hacia ella. El auto quedó a varias cuadras, luego hay que caminar. En la medida en que nos aproximábamos, más nos deslumbraba. La Basílica viene con nosotros desde el continente de la infancia cuando la admirábamos de lejos a través de una imagen. ¡Cómo habrán sido de altas estas agujas que cortan la luz y el aire cuando Luján era amplitud de llanura y casas bajas! Ante tanta belleza se siente un íntimo orgullo. Más allá de si se pertenece a una religión, a otra o a ninguna. Lo que sí nos pertenece es su legado. Muchas d