CASA NERUDA II
LA SEBASTIANA

Neruda le encargó a su amiga escultora Marie Martner que le localizara una casa en Valparaíso para escribir tranquilo. Marie encontró una casa sin terminar en el cerro Florida. La había construido el español Sebastián Collado quien falleció antes de terminarla. Al poeta le gustó porque era disparatada. Como era muy grande la adquirió a medias con Marie y su esposo, el doctor Francisco Velasco. Éstos compraron los dos pisos inferiores y Neruda se quedó con el tercero y cuarto, y la terraza. ‘Salí perdiendo compré puras escaleras y terrazas’ decía en broma.

El poeta la decoró con fotos antiguas del puerto y un gran retrato de Walt Whitman.
¿Es su padre? le preguntaron. ‘Sí, en la poesía’ contestó Neruda.

La bautizó ‘La Sebastiana’ en honor al constructor español. ‘Él no hacía versos pero era un poeta de la construcción’. Sebastián Collado había nacido en Tamarit de Litera. A Pablo le recordaba el libro ‘Diván de Tamarit’ de Federico García Lorca.

La inauguró el 18 de septiembre de 1961.

Aquí está la emoción de las cosas, por citar la frase de Angeles Mastreta.

En el primer piso está la entrada Velasco Martner.
En el segundo, la entrada original de la casa.
En el tercer piso la sala de estar, el comedor, el bar, el sillón ‘La nube’, la chimenea ‘Tinaja para el humo’ porque tiene la forma ovalada de las vasijas, el caballo de madera de carrousel que trajo a París y al que le hizo un sobrepiso circular de madera para que no extrañe su calesita.
En el cuarto se ubican el dormitorio y un baño.
En el quinto está la terraza y el escritorio del poeta, donde sobresale el gran Mapa de América. ‘Cuando miro la forma de América en el mapa, amor, a ti te veo’.

Pablo disfrutaba agasajando a sus amigos. Cuando se ingresa al comedor, el visitante es recibido con una mesa tendida, con múltiples platos repujados y sus típicos vasos de colores.
El terremoto del 65 desplomó el mascarón del pirata Morgan que presidía el comedor como el terror de los mares.

Son infinitas las piezas de la Sebastiana: cuadros, un retrato de Lord Cochrane, un óleo en el que aparece José Miguel Carrera. Hay platos con globos aerostáticos, mapas, un pájaro embalsamado traído de Venezuela, una sopera italiana con forma de vaca que usaba para los ponches, un cuadro que es también una caja de música.

Es una casa llena de metáforas. Un detallado informe de identidad de quienes aquí vivieron.
Si, como dicen, en el objeto está la identidad, somos cada fragmento que nos rodea.

Como si la muerte de Neruda fuera otra forma de vida, en la casa vibra una poderosa energía existencial.
‘Aquí quedaron grietas mías, arrugadas sustancias que subieron desde las profundidades del alma’.

 ‘La Sebastiana’ fue saqueada en la dictadura militar de 1973. Matilde la cerró por años. No quiso volver. La Fundación compró los dos pisos que pertenecían al matrimonio Velasco-Martner. Luego de 18 años se abrió al público. Se la declaró Monumento Nacional.

Poco después de la muerte del poeta, el doctor Velasco encontró, una mañana, en el living de ‘La Sebastiana’ un águila.
La casa estaba completamente cerrada.
No se supo cómo había entrado.

Velasco aseguraba que alguna vez Neruda le había confesado que si hubiera otra vida le gustaría ser un águila.


Hay quienes aseguran que al principio fue ‘Valle del paraíso’, luego se redujo a ‘Val del paraíso’ hasta que finalmente desapareció la contracción y quedó la apócope ‘Valparaíso’. A la ciudad le crecen unos cuarenta y cinco cerros.
Cuenta Teitelboim que Neruda decía ‘si caminamos todas las escaleras de Valparaíso habremos dado la vuelta al mundo’.
Valparaíso se asienta sobre el sordo temor de una base que oscila.

En el terremoto de 1965 grandes grietas hirieron las paredes de La Sebastiana. ‘Cuántas cosas bellas y raras que la sacudida convirtió en basura’ se lamentaba Pablo en ‘Confieso que he vivido’.
En Valparaíso las casas penden de las laderas alrededor del puerto, dice en su trabajo ‘Las casas y las esposas de Neruda también son poesía’ la investigadora Ana María Peppino Barale, de la Universidad Autónoma de Azcapotzalco, México.
Antes del Canal de Panamá para unir el Pacífico con el Atlántico los barcos recalaban en las radas del Puerto de Valparaíso. Era la pausa previa al cruce del siempre temible Cabo de Hornos.
Cada 31 de diciembre Matilde y Pablo esperaban el Año Nuevo en la Sebastiana. Desde estas alturas tenían una privilegiada visión del policromático espectáculo pirotécnico de los barcos anclados en el golfo.
La Sebastiana tiene cinco pisos. Hay ventanas a los cuatro lados del edificio. La vista es infinita, cubre los 360 grados.
Hoy Neruda no está pero sus objetos lo sitúan aquí con más firmeza.

Todo está tan vívido que da la sensación que en cualquier momento aparece el dueño de casa.
A diferencia de Isla Negra, que creció a lo largo, La Sebastiana no tiene espacio de terreno, tuvo que crecer hacia arriba.
Estuvimos cerca de su esencia. Mientras uno recorre el lugar, la voz de Pablo tan de su país, acompaña. Y hay verde que evoca la tinta verde de sus borradores.
Por el vano de la ventana entra Valparaíso, nos traspasa y se nos queda a vivir en la memoria iconográfica propia, donde guardamos las imágenes que hemos amado.
Si somos felices con lo que tenemos, decía Diógenes 300 a.C., nos ponemos muy cerca de los dioses.

Neruda era feliz juntando objetos de soberbios colores; diversos en diseños, en tamaños, en materiales. Inanimados o transmitiendo la vida que tuvieron.
El alfeizar de la ventana se viste de resplandeciente fulgor. Es otra forma de poesía.
Cada ambiente es una revelación del yo.

‘Todas las cosas están llena de mi alma’
Era un cosista.
Las cosas lo buscaban a Pablo, decía Matilde.
La casa no es un museo de entidades estáticas. Esto sucede a otra escala: vibra. Es como una panorámica llena de palpitaciones, de movimientos, de vida, en suma; y uno se va de aquí rebosante habiéndose dado, como dice Sacheri, un banquete visual.
Desde aquí se mira el puerto colgado del cuello de una nube.

He pensado que el poeta llamó ‘La nube’ al sillón no sólo por la cómoda forma sino por la altura desde donde dominaba todo el paisaje.
 ‘La casa sigue subiendo y algo pasa, un latido circula en sus arterias. Algo pasa y la vida continúa’ (‘La Sebastiana’)
El interior de la Sebastiana resplandece como otra poesía.

Es que la casa vive en un lugar lleno de versos.
Valparaíso tiene barrios enteros que son poesía.
Aquí Alicia se sentiría de maravillas.

La casa es como un libro lleno de dibujos.
Sí, Alicia de Lewis Carroll, que se quejaba ante su hermana, a orillas del Támesis ¿de qué sirve un libro si no tiene dibujo?
Sabemos que la percepción no es la realidad, que sólo es una realidad evaluada desde nuestros propios procesos.

Pero aquí esa percepción nos queda agitando en el alma.
La casa pareciera que repite a Valparaíso. Es pintoresca, sube, baja, está llena de colores. Terrazas, escaleras, el estilo barco, son singularidades del diseño nerudiano.
A la izquierda el Centro Cultural, lugar de conciertos, talleres y diversas actividades artísticas. Es una ampliación que se le hizo a la Sebastiana original. 
‘La Sebastiana’ es hoy un barco de puertas abiertas para que la navegue el mundo.
‘Yo no sé nada de la luz, de dónde viene ni dónde va, yo sólo quiero que la luz alumbre’.

Neruda acecha al mundo y dice lo que ve, decía Abelardo Castillo.

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