Desembarco de los Treinta y Tres Orientales

El 19 de abril de 1825 es una de las fechas importantes en la historia del vecino país.

Allá por 1820 todo se había derrumbado para los espíritus libres.
La provincia Oriental del Uruguay pasó a manos de los portugueses.
Tres años después los brasileños tuvieron el control de todo el territorio.
Pese al silencio que invadió al pueblo, en el fondo algo quedó en pie.
La primera llama de rebelión se encendió en 1823.
El Cabildo consideró ‘nulo y criminal la incorporación de los pueblos de la campaña al Imperio de Brasil’.
Esta declaración, la entrada poco popular del gobernador brasileño Carlos Lecor en Montevideo y el triunfo de Antonio de Sucre en Ayacucho a finales de 1824, pusieron en marcha el levantamiento del año siguiente.
El ganado era arreado al Brasil.
La tierra se sorteaba entre los militares.
No faltaban caudillos orientales que, por interés, colaboraban con los brasileños.

Hubo un movimiento revolucionario en 1823 pero los orientales, sin apoyo de la campaña, fueron derrotados.
Los jefes del pronunciamiento se trasladaron a Buenos Aires, para organizar desde allí un nuevo levantamiento.

Fue, como dijimos, la batalla de Ayacucho, lo que inflamó de patriotismo a los emigrados y en la sigilosa casa de Luis Ceferino de la Torre, firmaron un compromiso jurando ‘sacrificar sus vidas por la libertad de su patria’.
Siete eran apenas aquellos furtivos hombres: Juan Antonio Lavalleja, su hermano Manuel, el dueño de casa, Manuel Oribe, Pablo Zufriategui, Simón del Pino y Manuel Meléndez.
Don Juan Antonio fue nombrado jefe de la empresa.
La misión era cruzar el río y liberar Uruguay.

‘Brota un rayo de luz desconocido,
Que desgarrando el seno de las brumas
Atraviesa la noche del olvido’
(Juan Zorrilla de San Martín)

Buenos Aires se mantuvo neutral y aunque colaboró en los preparativos, Ustedes podrán interpretar que ‘neutral’ es otra vez una mala palabra.

La empresa, por clandestina, no era fácil.
‘El río es un mar’ de ancho.
La frontera era custodiada, día y noche, por embarcaciones del imperio.
Más las tormentas que embravecían las aguas.

Un primer grupo partió de San Isidro minutos después de la medianoche del 01 de abril de 1825, y desembarcó, acampó, en una isla del Paraná: Brazo Largo.
Eran nueve hombres comandados por Manuel Oribe.
Llevaban armas, pertrechos, y equipos que habían recolectado en Buenos Aires.
Como al quinto día, Oribe, Manuel Lavalleja y un baqueano Cheveste, pasaron ocultos por la noche hasta la costa oriental.
Allí hablaron con un tal Gómez, y convinieron el día en que debía esperar a los expedicionarios con caballos suficientes.
Habían pasado varias jornadas y los compañeros del otro grupo no aparecían.
Ante la falta de provisiones Oribe salió otra noche a ‘campear’ comida y se topó con la noticia que Gómez había sido descubierto por los brasileños, que alcanzó a escapar a Buenos Aires y que la caballada había ido a parar a manos del imperio.
‘Nosotros vamos a desembarcar lo mismo’ dicen que dijo resueltamente Oribe ‘y si es necesario vamos a marchar a pie’.

Al segundo grupo, que salió días después, a cargo de Juan Antonio Lavalleja, los sorprendió un fuerte temporal ‘que los obligó a detenerse para no perecer’.
La demora hizo que ambos contingentes se reunieran recién el 15 de abril.

Reunidos todos los expedicionarios, partieron de Brazo Largo, en dos lanchones.
El relato de quien conducía una de las embarcaciones dice que remontaron el Canal del Chaná hasta la boca del Miní y continuaron toda la noche del 17 de abril hasta la boca del Guazú, y se escondieron en una isla frente a Punta Gorda.
En la noche siguiente ‘se nos dio la voz de silencio y palabra seca’ por temor a la constante vigilancia. El agua estafa infectada de cruceros brasileños.
Cuando divisaron la costa oriental empezaron a costear río arriba el Uruguay hasta Punta Chaparro y continuaron, envueltos en el crepúsculo, hasta la Punta del Arenal Grande.
‘Allí se bajaron dos hombres y hablaron con un austríaco que les informó “que la gente que andan buscando” se halla en Rincón, entre el monte’.
En medio de la tiniebla en un momento cruzaron entre dos buques imperiales ‘uno a babor y otro a estribor’.
‘Estaban tan cerca que veíamos sus faroles a muy poca distancia’.
El viento sur no ayudaba, era demasiado suave, así que tuvieron que hacer uso de los remos, siempre en sombras y con la mayor cautela.
Habían previsto desembarcar en el Sauce, pero la noche demasiado oscura y buscando una corriente más favorable, terminaron descendiendo en la desembocadura del arroyo Gutiérrez en la playa La Agraciada, hoy departamento de Soriano.
Allí lo esperaban otros hombres con unos setenta caballos que tenía escondido entre las breñas.

Cuentan las crónicas que los cruzados -como también se los conoce a los 33 Orientales- al tocar tierra uruguaya, se arrodillaron y no pudieron reprimir el impulso de besar el suelo patrio.
Eran pocos frente a un Imperio, iban a escribir una de las más osadas epopeyas del continente, pero aquel hermoso gesto cargado de emoción provenía de hombres de sencillo corazón.
Aunque si se mira bien, esta hazaña no es otra cosa que el fruto de un sentimiento.
Alguien dijo ‘que el cálculo, las doctrinas, por sí solas podrán hacer legistas, pero nunca héroes’.
Una epopeya como esta sólo puede nacer en el corazón.

Escondidas las chalanas en el arroyo, Lavalleja se dirigió a sus compañeros y pronunció el célebre juramento de liberar a la patria o morir en el intento y enarboló la bandera tricolor con la leyenda ‘Libertad o Muerte’.

‘Esta canción nombra
Una bandera
¡Libertad!
Treinta y tres hombres
Tras la bandera
¡Libertad!
Todo un pueblo andando
Con la bandera
¡Libertad!
Vamos todos juntos
Con la bandera
Libertad
¡Libertad o Muerte!’
(Daniel Viglietti)


La gesta de los Cruzados se puso en marcha.
Al principio fueron sólo treinta y tres, en el recorrido se fueron sumando gente de la campiña y de los pueblos del interior.
Lavalleja llega a las puertas de la capital.
Sitia Montevideo.
Deja allí unos hombres al mando de Oribe.
Instala su cuartel general en La Florida. Convoca a todos los Cabildos del interior a que envíen sus representantes para formar un Gobierno provisorio, que se constituyó el 14 de junio.
El 25 de agosto de 1825 la Asamblea de La Florida dicta dos leyes fundamentales: La declaratoria absoluta de la independencia de Brasil y la segunda, la expresión de los orientales de que su territorio se considera parte integrante de las provincias unidas.
La Florida determinó los destinos del vecino país.

Todo había comenzado con unos pocos hombres.
Y una enorme pasión por la libertad.

‘Es primero un albor... luego una aurora...
Luego un nimbo de luz de la colina...
Luego aviva... y se eleva... y se dilata,
Y encendiendo el secreto de la niebla,
En fragoroso incendio se desata’
(Juan Zorrilla de San Martín)

*** *** ***

Ambos fragmentos de Juan Zorrilla de San Martín (el uruguayo de ‘Tabaré’) pertenecen a su poema ‘Leyenda Patria’.

El 19 de mayo de 1879 se organizó un concurso poético para festejar la inauguración del monumento a la independencia del escultor Juan Ferrari que se colocó en la plaza central de La Florida.
Zorrilla de San Martín no pensaba participar, pero lo hizo a invitación del presidente del jurado.
La ‘Leyenda Patria’ surgió de tres noches en vela.
El trabajo fue rechazado porque excedía el número de versos.
Los ganadores del concurso fueron Aurelio Berro, Joaquín de Salterain y Juan Ferrari.
Don Zorrilla fue invitado, sin embargo, a leer su poema.
Fue ovacionado por el pueblo.
Berro, de Salterain y Ferrari se quitaron sus medallas y las colgaron en el pecho del autor de ‘Leyenda Patria’.

*** *** ***

Hace unos años estuvimos en la playa La Agraciada.
Se ubica dentro de lo que hoy es el Parque Nacional Juan Antonio Lavalleja.
Existe allí, aun hoy, el higuerón donde se cobijaron los Cruzados luego del desembargo e hicieron el juramento.
En el lugar, a orillas del río Uruguay, se ha levantado un monolito de unos seis metros de alto con una placa que reza ‘Los 33 patriotas desembarcaron aquí el 19 de abril de 1825’.
La población más cercana de allí es Nueva Palmira.
Recuerdo que esa noche pernoctamos en un parador de esa ciudad, ubicado en el ‘Kilómetro Cero’ del Río de la Plata. Allí se une el río Uruguay con el Paraná y comienza ‘el mar dulce’.

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