Milan Kundera

Nació en Brno, República Checa, el 01 de abril de 1929.
Su padre era el musicólogo y pianista Ludvik Kundera.
Cuando Milan fue expulsado del partido Comunista en 1948, se ganó la vida como pianista de jazz. Su padre lo había introducido en el conocimiento del piano desde niño.
Comenzó a estudiar literatura en la Universidad Carolina de Praga, pero el mismo año cambia de carrera e ingresa a la Facultad de Cine de la capital checa, culminando los estudios en 1952.
Fue profesor de historia del cine en la Academia de Música y Arte Dramático, y en el Instituto de Estudios Cinematográficos de Checoeslovaquia.

Su primera novela fue ‘La broma’ que apareció en 1965.
Este libro y el que le siguió ‘El libro de los amores ridículos’ hacen un fuerte crítica, irónicamente, al modelo de sociedad comunista.
Cuando Rusia invade Checoeslovaquia en 1968 –‘La primavera de Praga’- ambas obras fueron secuestradas y retiradas del mercado. Kundera vuelve a quedar desocupado.
Paradójicamente ese año ‘La broma’ recibe como reconocimiento, el Premio de la Unión de Escritores Checoeslovacos.

En 1975 se exilió en Francia, donde toma esa nacionalidad.
En la capital francesa fue catedrático de literatura en dos universidades.

‘La vida está en otra parte’ mereció el Premio Médicis, mientras que ‘La despedida’ fue reconocida en Italia con el Premio Mondelo.
‘El libro de la risa y el olvido’ de 1978, una suerte de memorias de su país, indujo a que la República Checa le restituyera la ciudadanía.
Mientras que el conjunto de toda la obra de Kundera, se hizo acreedora del Commonwealth Award en los EEUU.
En 1983 le fue otorgado el Premio Europa-Literatura.

En 1984 apareció su trabajo más importante ‘La insoportable levedad del ser’.
Una historia de amor que tiene como telón de fondo ‘La primavera de Praga’; con la represión y la burocracia de entonces.
‘La insorportable’ se fue convirtiendo en un texto de consulta para entender la disidencia del este europeo en ese momento de la historia, la Guerra Fría.
El libro recibió, al año siguiente, el Premio Jerusalén, y fue llevado al cine, en 1988, por el director Philip Kaufman.
Recién en el 2006, veintidós años después de su primera publicación, fue editada en Praga.

Kundera fue un incisivo crítico del socialismo, pese a su juventud comunista.
Se ha dicho que su amable literatura transita entre la ficción y el ensayo, confundiendo al lector con realidad y ficción, utilizando a veces la digresión y siempre sobrevolando una ironía.

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SUS OBRAS

‘La broma’
‘El libro de los amores ridículos’ (relato)
‘La vida está otra parte’
‘La despedida’
‘El libro de la risa y el olvido’
‘Jacques y su amo’ (teatro)
‘La insoportable levedad del ser’
‘El arte de la novela’ (ensayo)
‘La inmortalidad’
‘La lentitud’
‘Los testamentos traicionados (ensayo)’
‘La identidad’
‘La ignorancia’
‘El telón’ (ensayo)
‘Un encuentro’ (ensayo).

Las no indicadas entre paréntesis, son novelas.

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‘La broma’, es su primer libro.
Si bien es una novela de amor, es sobre todo una novela de una broma extraviada en un mundo que ha perdido el sentido del humor, donde la Historia se ha convertido en un personaje de vodevil.
Ciento veinte mil ejemplares se agotaron en pocos días.
Con la invasión rusa de 1968 el libro quedó prohibido.
Con el tiempo se la consideró la ’Biblia de la contrarrevolución’.

Helena, uno de los personajes, confiesa que todo la angustia ‘pero no debo estar triste’.
‘Que la tristeza no vaya unidad a mi nombre’ esa frase de Fucik es su consigna. Ni cuando lo torturaron, ni en la horca, Fucik nunca estuvo triste.
A Helena no le importa que la alegría haya pasado de moda, a lo mejor ‘soy una idiota’ reflexiona, pero los otros también son idiotas, con esa moda del escepticismo, y no encuentra ningún motivo para cambiar su idiotez por la de ellos.
‘No quiero que mi vida se parta por la mitad, quiero una sola vida’.

Quise saber quién era Fucik.
Julius Fucik, nació en Praga en 1903.
Fue filósofo, crítico literario, periodista y antifascista.
Este último dato importa, ya que por ello la Gestapo lo apresó en mayo de 1943.
Fue cruelmente torturado hasta que fue ejecutado el 8 de septiembre de ese año.
Mientras estuvo en la cárcel escribió un diario.
Sus escritos fueron salvados por un guardiacárcel que le entregó las hojas a su esposa Giusta, que convirtió esos textos en el libro ‘Reportaje al pie de la horca’.
En la página del 19 de mayo de 1943 se lee ‘He vivido para la alegría. Por la alegría hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza no vaya unida a mi nombre’.
Otro día escribió ‘Llorad un momento (se refiere a su impostergable muerte) si creéis que la lágrimas borrarán el torbellino de la pena, pero no os lamentéis. Sería un agravio si colocaran en mi tumba un ángel de tristeza.
He vivido por la alegría y por la alegría muero’.

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‘Un encuentro’, el último trabajo suyo, es del año pasado.
Un libro de ensayos sobre el arte, la literatura y la vida.
De ese libro extraigo, resumo, un texto sobre la amistad y la política.

Dice que lo que le llamó la atención en los procesos de Stalin es como sus hombres podían condenar fríamente a muerte a otros hombres del partido, que al fin y al cabo habían sido sus amigos.
Porque eran amigos.
Habían participados juntos en la larga lucha política, en las persecuciones, en el exilio. Se conocían íntimamente. Juntos habían vivido momentos duros.
Se pregunta Kundera, ¿cómo pudieron sacrificar tan macabramente su amistad?

Con anterioridad dice que hay quienes consideran la lucha política superior a la vida en sí, al arte, al pensamiento; y existen para quienes el sentido de la política es estar al servicio de la vida concreta, del arte y del pensamiento.

El escritor en otro párrafo llega a la conclusión que a la ‘hora de los balances’ (escribe desde sus 80 años. Aquí me detengo para decir, un tanto emocionado que viejito está Kundera, para mí pareciera que siempre tiene la edad de ‘La insoportable levedad del ser’, no de su edad cuando lo escribió, sino la edad de sus protagonistas) la llaga más dolorosa es el de la amistades rotas. Luego agrega ‘nada más idiota que sacrificar una amistad por la política’.
Admiraba a Mitterrand por la fidelidad con supo conservar hacia sus viejos amigos.

Concluye que es necesaria una gran madurez para comprender que la opinión que defendemos no es más que nuestra hipótesis favorita.
Ello no se puede tomar como certeza o verdad única.

Contrariamente, dice, a la pueril fidelidad a un convicción, la fidelidad a un amigo es un virtud, tal vez la única, la última, del ser humano.

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