Día de las Américas (I)
Alejo Carpentier (1904–1980), fue novelista y narrador cubano.
En realidad Carpentier nació en Suiza.
Era hijo de un arquitecto francés. Su madre rusa, era profesora de francés.
Mestizo que se crió entre el mestizaje americano de Cuba.
Su niñez estuvo rodeada de campesinos cubanos, negros y blancos, hambrientos y explotados.
Se quejaba que cuando él estudiaba en la primaria le enseñaban geografía e historia cubanas con libros españoles.
Trabajó por la literatura latinoamericana, renovándola.
Le dio a los sueños, mitos, magia y religión, su idea de la realidad.
De allí que se lo considere el impulsor de lo real maravilloso en la literatura, que después algún periodista llamó realismo mágico.
Por propia decisión abordó la realidad americana, descubriendo en toda su soberbia existencia la admirable geografía donde a lo maravilloso él lo encontraba a cada paso, desde la bella Haití, hasta el gran río Orinoco y por supuesto toda la enorme riqueza que expresan los escenarios del Caribe, por donde transita su literatura.
Se apropió de América.
De primera mano, tomó lo real maravilloso que la tierra le brindaba, y luego lo sublimó en su literatura barroca, permitiendo una comunicación que ahora iba de América al Viejo Continente.
Alejo Carpentier, en un discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 15 de mayo de 1975, hablando sobre la identidad de América refería que nuestra historia fue distinta desde el principio, puesto que este suelo americano fue teatro del más sensacional encuentro étnico que registran los anales de nuestro planeta: encuentro del indio, del negro, y del europeo de tez más o menos clara, destinados, en adelante a entremezclarse, establecer simbiosis de culturas, de creencias, de artes populares, en el más tremendo mestizaje que haya podido contemplarse nunca.
Hubo mucho tiempo que se nos pedía que fuéramos originales, pero ya éramos originales, por hecho y por derecho, mucho antes de que el concepto de originalidad se nos hubiera ofrecido como meta.
No incurre –dice- en vana jactancia americanista quien al ver las pinturas que adornan el templo de Bonampak, en Yucatán, se les presentan figuras humanas en escorzos de una audacia desconocida por la pintura europea en la misma época, escorzos que se aparean con el Cristo de Mantegna; o el arte abstracto en el Templo de Mitla, también en México, largamente madurado, no como un mero intento de ornamentación, sino a la disposición perfectamente deliberada de composiciones abstractas, jamás vista, con un valor plástico completo, independiente.
Ello sin ahondar en la maravillosa poesía náhuatl ni en el trasfondo filosófico de las grandes cosmogonías y mitos originales de América.
Es aquí, en este continente nuestro, donde jamás entraron ni el románico ni el gótico, donde la arquitectura barroca halló sus propias, redondas expresiones, a todo lo largo del espinazo andino, con el empleo de materiales polícromos, el uso de técnicas perfeccionadas por el artesano indio, que desconocían los arquitectos europeos.
Es este suelo, continúa Carpentier, donde, con las ininterrumpidas sublevaciones de indios y negros -desde los tempranos días del siglo XVI- , con los comuneros de la Nueva Granada, con la gesta de Túpac Amaru, hasta los tiempos de nuestras grandes luchas por la independencia, la historia moderna asistió a las primeras guerras anticoloniales, porque fundamentalmente fueron eso, guerras anticoloniales.
Este año (se refiere, recuerdo, a 1975) se ha denominado ‘Año Internacional de la Mujer’ y cabría decir que el primer documento resueltamente feminista, documento en que se reclama para la mujer el derecho al acceso a las ciencias, a la enseñanza, a la política, a una igualdad de condición social y cultural; ese documento se debe, en 1695, a la portentosa mexicana sor Juana Inés de la Cruz, autora, dicho sea de paso, de poemas ‘negros’ que se anticipan, increíblemente, a algunos poemas de Nicolás Guillén.
Dejo por un instante a Carpentier, y agrego un dato que recogimos en una visita a México.
El país azteca, montañoso como es, tiene una larga de historia de remezones telúricos.
Pues, que los diversos terremotos ha convertido en polvo de estrella más de un hotel de cadenas internacionales.
Las pirámides aztecas o mayas, construidas hace mil o dos mil años, allí están.
Levantadas por antiguos constructores de esta región, permanecen de pie.
El hombre nacido en América, advierte el escritor, tiene el deber ineludible de conocer sus clásicos americanos, de releerlos, de meditarlos, para hallar sus raíces, sus árboles genealógicos de palmera, de apamate o de ceibo, para tratar de saber ‘quién es’ o ‘qué es’, y qué papel tiene que desempeñar, en absoluta identificación consigo mismo, en los vastos y turbulentos escenarios donde, en la actualidad, se están representando comedias, dramas y tragedias de nuestro continente.
José Martí, en 1834, dos años de antes de su muerte, apuntaba ‘Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, nos darán la clave del enigma hispanoamericano. Es preciso ser a la vez el hombre de su época, pero ante todo hay que ser hombre de su pueblo’.
Para entender ese pueblo es preciso conocer su historia a fondo, añade Carpentier, que agrega, hay una frase que resume mis aspiraciones presentes; es de Montaigne, que me ha impresionado por su sencilla belleza: ‘No hay mejor destino para el hombre que el desempeñar cabalmente su oficio de hombre’.
Dice el escritor que ha tratado en su vida de ejercer lo mejor posible ese oficio de hombre, entendiendo que lo comenzó a ejecutar cuando terminaron para él los tiempos de soledad y comenzaron sus tiempos de solidaridad.
Cerró aquella exposición con otra frase clásica: ‘Hay sociedades que trabajan para el individuo. Y hay sociedades que trabajan para el hombre’.
Sólo me siento hombre cuando mi pálpito, mi pulsión profunda, se sincronizan con el pálpito, la pulsión, de todos los hombres que me rodean.
En la próxima seguiré hablando de nuestro continente en otro relato de Carpentier, que en avión sobrevuela la Gran Sabana de Venezuela y el Salto del Ángel, y que en texto del escritor es un homenaje al paisaje americano.
En realidad Carpentier nació en Suiza.
Era hijo de un arquitecto francés. Su madre rusa, era profesora de francés.
Mestizo que se crió entre el mestizaje americano de Cuba.
Su niñez estuvo rodeada de campesinos cubanos, negros y blancos, hambrientos y explotados.
Se quejaba que cuando él estudiaba en la primaria le enseñaban geografía e historia cubanas con libros españoles.
Trabajó por la literatura latinoamericana, renovándola.
Le dio a los sueños, mitos, magia y religión, su idea de la realidad.
De allí que se lo considere el impulsor de lo real maravilloso en la literatura, que después algún periodista llamó realismo mágico.
Por propia decisión abordó la realidad americana, descubriendo en toda su soberbia existencia la admirable geografía donde a lo maravilloso él lo encontraba a cada paso, desde la bella Haití, hasta el gran río Orinoco y por supuesto toda la enorme riqueza que expresan los escenarios del Caribe, por donde transita su literatura.
Se apropió de América.
De primera mano, tomó lo real maravilloso que la tierra le brindaba, y luego lo sublimó en su literatura barroca, permitiendo una comunicación que ahora iba de América al Viejo Continente.
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Alejo Carpentier, en un discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 15 de mayo de 1975, hablando sobre la identidad de América refería que nuestra historia fue distinta desde el principio, puesto que este suelo americano fue teatro del más sensacional encuentro étnico que registran los anales de nuestro planeta: encuentro del indio, del negro, y del europeo de tez más o menos clara, destinados, en adelante a entremezclarse, establecer simbiosis de culturas, de creencias, de artes populares, en el más tremendo mestizaje que haya podido contemplarse nunca.
Hubo mucho tiempo que se nos pedía que fuéramos originales, pero ya éramos originales, por hecho y por derecho, mucho antes de que el concepto de originalidad se nos hubiera ofrecido como meta.
No incurre –dice- en vana jactancia americanista quien al ver las pinturas que adornan el templo de Bonampak, en Yucatán, se les presentan figuras humanas en escorzos de una audacia desconocida por la pintura europea en la misma época, escorzos que se aparean con el Cristo de Mantegna; o el arte abstracto en el Templo de Mitla, también en México, largamente madurado, no como un mero intento de ornamentación, sino a la disposición perfectamente deliberada de composiciones abstractas, jamás vista, con un valor plástico completo, independiente.
Ello sin ahondar en la maravillosa poesía náhuatl ni en el trasfondo filosófico de las grandes cosmogonías y mitos originales de América.
Es aquí, en este continente nuestro, donde jamás entraron ni el románico ni el gótico, donde la arquitectura barroca halló sus propias, redondas expresiones, a todo lo largo del espinazo andino, con el empleo de materiales polícromos, el uso de técnicas perfeccionadas por el artesano indio, que desconocían los arquitectos europeos.
Es este suelo, continúa Carpentier, donde, con las ininterrumpidas sublevaciones de indios y negros -desde los tempranos días del siglo XVI- , con los comuneros de la Nueva Granada, con la gesta de Túpac Amaru, hasta los tiempos de nuestras grandes luchas por la independencia, la historia moderna asistió a las primeras guerras anticoloniales, porque fundamentalmente fueron eso, guerras anticoloniales.
Este año (se refiere, recuerdo, a 1975) se ha denominado ‘Año Internacional de la Mujer’ y cabría decir que el primer documento resueltamente feminista, documento en que se reclama para la mujer el derecho al acceso a las ciencias, a la enseñanza, a la política, a una igualdad de condición social y cultural; ese documento se debe, en 1695, a la portentosa mexicana sor Juana Inés de la Cruz, autora, dicho sea de paso, de poemas ‘negros’ que se anticipan, increíblemente, a algunos poemas de Nicolás Guillén.
Dejo por un instante a Carpentier, y agrego un dato que recogimos en una visita a México.
El país azteca, montañoso como es, tiene una larga de historia de remezones telúricos.
Pues, que los diversos terremotos ha convertido en polvo de estrella más de un hotel de cadenas internacionales.
Las pirámides aztecas o mayas, construidas hace mil o dos mil años, allí están.
Levantadas por antiguos constructores de esta región, permanecen de pie.
El hombre nacido en América, advierte el escritor, tiene el deber ineludible de conocer sus clásicos americanos, de releerlos, de meditarlos, para hallar sus raíces, sus árboles genealógicos de palmera, de apamate o de ceibo, para tratar de saber ‘quién es’ o ‘qué es’, y qué papel tiene que desempeñar, en absoluta identificación consigo mismo, en los vastos y turbulentos escenarios donde, en la actualidad, se están representando comedias, dramas y tragedias de nuestro continente.
José Martí, en 1834, dos años de antes de su muerte, apuntaba ‘Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, nos darán la clave del enigma hispanoamericano. Es preciso ser a la vez el hombre de su época, pero ante todo hay que ser hombre de su pueblo’.
Para entender ese pueblo es preciso conocer su historia a fondo, añade Carpentier, que agrega, hay una frase que resume mis aspiraciones presentes; es de Montaigne, que me ha impresionado por su sencilla belleza: ‘No hay mejor destino para el hombre que el desempeñar cabalmente su oficio de hombre’.
Dice el escritor que ha tratado en su vida de ejercer lo mejor posible ese oficio de hombre, entendiendo que lo comenzó a ejecutar cuando terminaron para él los tiempos de soledad y comenzaron sus tiempos de solidaridad.
Cerró aquella exposición con otra frase clásica: ‘Hay sociedades que trabajan para el individuo. Y hay sociedades que trabajan para el hombre’.
Sólo me siento hombre cuando mi pálpito, mi pulsión profunda, se sincronizan con el pálpito, la pulsión, de todos los hombres que me rodean.
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En la próxima seguiré hablando de nuestro continente en otro relato de Carpentier, que en avión sobrevuela la Gran Sabana de Venezuela y el Salto del Ángel, y que en texto del escritor es un homenaje al paisaje americano.
‘Ensayos selectos’-Alejo Carpentier-Editorial Corregidor-Buenos Aires 2003.
Sitio web oficial del escritor-www.cubaliteraria.com
"José Martí, en 1834, dos años de antes de su muerte", el año debe ser 1893
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