Juanito Laguna y Ramona Montiel

Antonio Berni conoció, en sus viajes por América y el país, los chicos de la pobreza.
En la década de 1960 Berni creó con Juanito Laguna un arquetipo que conjuga todos aquellos niños que conoció.
Juanito bien podría ser hijo de algunos de los personajes de ‘Manifestante’ o ‘Desocupados’ (que había pintado en la década del 30), dice en un análisis Gisele De Giusti. Pero también podría ser hijo de inmigrantes o criollos migrantes llegados a los cinturones de las grandes ciudades.
‘Juanito es un símbolo que yo agito para sacudir la conciencia de la gente’ explicaba Berni, si es que hacía falta una explicación, que doy por válida por aquella frase que leí hace mucho y que decía que la verdad tiene que ser dicha tantas veces como sea necesaria hasta que sea comprendida.
A Juanito, Berni lo muestra en su villa miseria, en su vida cotidiana, sus juegos, su familia.
A lo largo de serie se lo puede ver a Juanito mirando televisión, remontando un barrilete, yendo a la ciudad, llevándole la comida a su padre obrero, en una noche de navidad.

El otro personaje que le dio a Berni fama internacional es Ramona Montiel.
Ramona es tan pobre como Juanito.
Ella llega, digamos, a los suburbios de Buenos, para tener ‘una vida mejor’.
A diferencia de Juanito, lo consigue, si se quiere.
Tiene un mejor pasar económico, pero su pobreza es otra: espiritual.
Buenos Aires era a principio del siglo pasado, con la inmigración, una ciudad de hombres y a las mujeres que se ofrecían sexualmente se les pagaban bien.
De Giusti hace vinculaciones. A Ramona se la puede emparentar con las prostitutas que ocupan los mejores espacios del Molino Rojo de Toulouse-Lauctrec, y que según Cortázar se vino a Buenos Aires de la mano del tango, aquí adelgazó, se tiñó de blonda y en el cabaret una noche era la Rubia Mireya y otra noche se hacía llamar Griselda o Museta o Mimí. O puede ser aquella costurerita que dio el mal paso y de la que hablaba Evaristo Carriego en 1910.
Al principio el artista pinta a Ramona sola. La muestra obrera, costurera, pupila, cabaretera o esperando en la Panamericana. No sigue un orden cronológico.
Luego incorpora, cuadro a cuadro, a su familia. Con ambos padres. Con la madre. Con el padre.

Los primeros Juanitos, con los que Berni obtuvo el Gran Premio en la XXXI Bienal Internacional de Venecia, eran xilografía de gran tamaño.
A la madera de base le sumó, en un principio, tela y objetos de metal.
En el collage, a la pintura propiamente dicha se le agregan materiales reales que se pegan sobre el cuadro.
Algunas piezas del collage sirven para construir la ropa o los juguetes de Juanito.
Luego el artista va sumando a sus obras latas, plásticos, hierros, maderas, zapatos, juguetes, papeles, señales de tránsito.
Los personajes están rodeados de materiales reales de las villas.
Es paradójico. Lo que la gran ciudad desecha se transforma en elementos que la villa termina utilizando. Berni como artista usa esos elementos para transformar en arte lo cotidiano y popular, en una estética que denuncia. Luego esos elementos propios de la pobreza entran al living de quien tiene un poder económico con capacidad suficiente como para comprar una obra de Berni que, demás está decir, hoy tiene una muy alta cotización.

Berni usó todo lo que aparecía para ir renovando su técnica. Así en sus últimos cuadros hay epoxi y yeso piedra, incorpora acrílico, añade tapices.
Todo le servía para transitar por esa angosta frontera que delimita lo falso de lo verdadero, lo lujoso de lo bastardo, lo popular de lo culto.
Así como su universo plástico se expandía en el uso de nuevos materiales; sus cuadros, sus collages, sus assembiages, sus esculturas, sus instalaciones, sus objetos polimatéricos, viajaban por el mundo. Y recogían premios. Sus obras fueron ponderadas y galardonadas en Cracovia, París, Miami, Nueva Jersey, Nueva York, México, Río de Janeiro, Tokio, Roma, Berlín, Ottawa, Québec, Milán; además de la permanente presencia de sus obras de nuestro país.

Si Juanito está rodeado de elementos de descarte, a Ramona la circundan oropeles, porque lo suyo era la seducción, el cabaret y el prostíbulo. Con ella usa encajes, sedas, materiales brillantes.
Son imágenes, sin embargo, que duelen.
Aquellos oropeles no dejan de ser pobres, y por tanto grotescos.
Interpreto que Berni quería que lo viéramos así.
A él le molestaba la doble moral -hoy es igual- que acepta y oculta. Amplío. Cuando digo hoy, me refiero a cualquier forma prostibularia de actuar, no sólo sexual.

Recuerdo que en uno de los cuadros Juanito camina por una calle rodeada de casitas hecha de latas. Berni usó latas con marcas de multinacionales muy conocidas. Empresas, firmas, corporaciones, que se han enriquecido con el sistema monetario consumista con el que dominan el mundo.

¿Cuántos cientos o miles de pobres se necesitan para hacer un rico?

Cierta vez escuché que alguien dijo cerca de mí, que en su casa había cuatro pianos.
Pensé que si alguien tiene tantos pianos –aún cuando se hubieran comprado con el más legítimo de los derechos- por ley de compensación –ya que la torta es una sola- tiene que haber muchas casas en las que estarían faltando –no un piano o una guitarra- sino elementos básicos para vivir.

Parado frente a un Juanito o una Ramona elaborado por Berni en las décadas del 60 o del 70 o del 80, fatalmente la mirada se actualiza.
Berni no quería un mundo con ‘chicos pobres ni pobres chicos’.
Hace poco me enteré por una estadística que la pobreza y la indigencia –sumadas- están llegando al cuarenta por ciento de la población argentina.
Doy vuelta la pregunta ¿cuántos ricos harán catorce millones de pobres e indigentes?
En un país que no es pobre, sino empobrecido, se recrean permanentemente Juanitos y Ramonas.
Para nuestra vergüenza no pertenecen al mundo del arte. Son reales.

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