Sor Juana Inés de la Cruz

En noviembre llueve poco en México. O, mejor, menos que en la época estival.
En verano la lluvia se mete tanto en la vida de la gente, agobiando de día y de noche, que da la sensación que llueve en todo el mundo y que nunca dejará de llover.

*** *** ***

Juana Inés Ramirez Asbaje nació en San Miguel, Nepantla, en las faldas del volcán mexicano Popocatépetl el 12 de noviembre de 1651.
Se ha encontrado un acta de bautismo del 2 de diciembre de 1648 en la que aparece una niña Inés y sus padrinos son de apellido Ramirez.
Juana era ‘hija de la Iglesia’ como denominaban en aquella época a las hijas naturales.
Se conoce su madre, doña Isabel Ramirez, pero no su padre.
Los biógrafos ubican un caballero vizcaíno Pedro Asbaje que vivió poco tiempo en la zona, y un fraile Asvaje que firmaba las actas en la misma iglesia donde fue bautizada Juana.
Mientras vivió en este mundo ella se hizo llamar Juana Inés Ramirez.
Por tanto, ese es el nombre que le respetaremos.

En su destino ya estaba la renuncia al matrimonio; su joven decisión de ingresar al Convento San José de las Carmelitas Descalzas; su soledad, no siempre deliberadamente buscada; su profesión vital: poeta, con sus églogas, sus redondillas, sus sonetos, sus romances, o su prosa de eruditas alusiones; de sus miles de libros y elementos científicos que ocupaban todo el espacio de su celda-biblioteca en el Convento de San Jerónimo; más allá de todo ello, quiero dejar en este escrito un punto de vista sobre la renuncia de Sor Juana a escribir y estudiar que era el objetivo de su vida, para lo cual abdicó a todo, ingresando a la Orden de las Jerónimas para cumplir –insisto- con ese sueño juvenil.

Para ello estoy intentado reducir en pocas palabras un libro de 650 páginas ‘Sor Juana Inés de la Cruz. Las trampas de la fe’ del mexicano Octavio Paz.

El padre Antonio Nuñez de Miranda era mexicano como Juana, y le llevaba a ella 30 años.
Era calificador de la muy dura Inquisición y prefecto de la Congregación de la Purísima Concepción.
Para que la Inquisición fuera dura se necesitaban duros como el padre Nuñez.
Nuñez visitaba todos los conventos confesando a las religiosas.
Juana era una de sus hijas de confesión.
Entre sus triunfos contaba haber conmovido en una plática a una religiosa, y que por ello ésta se deshizo de todas sus alhajas.
Nunca Nuñez cayó en la tentación con las monjas.
Era tan estricto con ellas como con él mismo, apunta Octavio Paz.
Era muy escrupuloso en observar el voto de obediencia.
Se conserva un escrito donde apuntó ‘el súbdito es un instrumento del superior y el instrumento no tiene más valor que su sumisión. El súbdito ha de ser a gusto y menester del superior’.
No vacilaba en condenar al infierno a los que diferían de sus opiniones.
Un virrey lo consultó por un tema.
Nuñez le ordenó lo que según él debía hacerse.
Viendo la repugnancia que su respuesta le produjo al virrey, le aclaró “Su excelencia haga lo le pareciese, pero yo bien sé lo que debe hacerse y si no lo hace se irá directamente al infierno sin pasar por el purgatorio”.
El virrey cumplió por el temor que le tenía al padre Nuñez.

Si una autoridad le tenía temor, que podía sentir una solitaria súbdita como Juana.
Aunque Nuñez fue profesor de filosofía y teología, no fue un intelectual amante de las ideas y el conocimiento.
Todo lo que escribió se refiere a cuestiones prácticas: la conducta diaria, y la aplicación de penalidades y sufrimientos a quienes no la cumplieren.
Nuñez no podía sino escandalizarse ante las actitudes de Sor Juana, de sus poemas que rayaban lo pagano, de su sed de conocimientos y de su rebeldía femenina.
En el capítulo ‘La abjuración’ (de Juana), el biógrafo azteca amplía que de los escritos de Nuñez se desprende que no le interesaba saber como era el alma humana que a él se entregaba, sino cuál era el método para ganarla.
Si no se interesó en la complejidad y ambigüedad humana de los otros ¿cómo podía amarlos?
Paz se pregunta ¿se puede salvar a alguien sin conocerlo y sin amarlo?

Para 1692 Juana estuvo sujeta a persecuciones y censuras por parte de las autoridades de la Inquisición que buscaban la sumisión de la monja y la renuncia a la literatura.
Mientras Nuñez acometía con más presión, Juana siguió escribiendo.
Apareció el segundo tomo de Las Obras, lo que era visto como un desafió por la alta jerarquía.
La obligaron a una confesión general, que incluía todos sus actos pasados.
Durante dos años fue sometida al examen de toda su vida.
Un sin sentido si se tiene en cuenta que vivió la mayor parte de su vida en un convento donde se confesaba día por medio y en cada confesión fue absuelta.
En el curso de las preguntas y respuestas tiene que haber salido a relucir –estima Octavio Paz- sus poemas eróticos, los morales, los jocosos, las comedias.
Lo que salió en esta rendición de vida fue aquella ‘Carta atenagórica de Juana Inés de la Cruz’ aparecida en 1690.
Atenagórica significa, digna de la sabiduría de Atenas.
La carta es un escrito que critica un sermón pronunciado, cuarenta años antes, por el jesuita portugués Antonio de Vieyra, en una capilla de Lisboa.
Para el 90 Vieyra estaba desterrado en Brasil, por lo que se supone que ni se enteró de la carta de Juana.
La carta tuvo el apoyo de Obispos y Virreyes de la Nueva España.
Pero, a la vuelta del tiempo, a la Inquisición le sirvió para endilgarle profanación.
El final de la larga confesión tuvo el resultado que Nuñez buscaba.
Juana otra vez en soledad, sin el apoyo que otrora tuvo, con los viejos fantasmas que surgían en los momentos dubitativos, abjuró el 17 de febrero de de 1694 firmando un documento donde se autoculpaba manifestando que merecía la muerte eterna.
Entregó ‘sus amados libros’, su instrumentos musicales y de ciencia, a su propio persecutor.
Todo fue vendido.
Se dispersó una de la más numerosas biblioteca de una de las grandes poetas de América.

Fuera del Convento, por la misma época el pueblo mexicano, por otras razones –o tal vez por las mismas de Juana- se amotinaba y quemaba dos símbolos de la autoridad: el palacio del virrey y el cabildo.
Dentro del Convento, la monja castigaba su cuerpo, humillaba su inteligencia y renunciaba al don más suyo: la palabra.
Es difícil creer que una persona segura de sí misma, se haya convertido en la delirante penitente de 1694.
El biógrafo mexicano concluye que los poderes que la destrozaron fueron los mismos que ella había servido y alabado.

Juana murió el 17 de abril de 1695, a las 4 de la mañana.
Debió haber sido una noche clara, porque en otoño llueve poco en México.

En el ‘Libro de las profesiones’ meses antes había dejado escrito:
‘Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte.
Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas, las religiosas que han sido, que son y en adelante fuesen, me encomiende a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido.

Yo, la peor de todas, Juana Inés de la Cruz’.



(Del libro ‘Sor Juana Inés de la Cruz. Las trampas de la fe’. Octavio Paz - Fondo de Cultura Económica - Bs As - 1982)

*** *** ***

Les dejo este soneto.

Soneto 164

‘Esta tarde mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste;
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

*** *** ***

María Luis Bemberg (cineasta argentina) filmó en1990, ‘Yo la peor de todas’ sobre la vida de Juana Inés de la Cruz, con Assumpta Serna, Dominique Sande, Hector Alterio y Lautaro Murúa.

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