Gradiva

Gradiva llegó, con un par de elementos musicales, de lejos.
Cruzó el Atlántico desde Europa para arribar a Buenos Aires.
Luego por tierra hasta Neuquén.
Su destinataria tuvo que ir hasta la vecina capital para cumplimentar los trámites aduaneros, y de allí al Valle.
Gradiva es una novela breve, que no se consigue por estas tierras.
Es un poco menos extensa que ‘El viejo y el mar’ o ‘Pedro Páramo’, por citar ejemplos famosos americanos.
Fue publicada en 1903 por un desconocido Wilhelm Jensen.
Jensen nació en Holstein, norte de Alemania, en 1837.
Murió en Munich en 1911.
Estudió medicina, para dedicarse luego a la literatura.
Al parecer fue muy prolífico y rápidamente olvidado, como ocurría por aquel tiempo.
La obra que lo hace conocer internacionalmente y lo proyecta hasta hoy es ‘Gradiva’.
Anna Folque, editora, asegura que ‘Gradiva’ es una pequeña joya que integra la lista de grandes títulos que, en la literatura, describen un sueño, como ‘La metamorfosis’ de Kafka’ o ‘Alicia en el país de las maravillas’ de Lewis Carroll.
Sigmund Freud publicó, en 1907, un análisis del libro, que tituló ‘Delirios y sueños en la Gradiva de W. Jensen’.
Con ello ‘Gradiva’ entra en el conocimiento y aceptación de los surrealistas.
A tal punto que André Breton llamará Gradiva a su galería de París.
Dalí lee la novela, y es tal la atracción que le produce que llamará a Gala ‘Gradiva rediviva’.
En el documental ‘Gala’ de Silvia Munt, del 2003, el pintor ve en su compañera a su particular Gradiva.
El ideal de aquella mujer pompeyana que Dali ve en su esposa, también aparece en la biografía escrita por Antoni Pitxot.
En Lisboa se halla la Editorial Gradiva de Portugal, un evidente homenaje de los editores lusos propietarios de la misma.
La primera edición de la novela en lengua española se realiza en 1946 en Argentina, a cargo de la Editorial Poseidón, con traducción de Eduardo Torregrosa.
Si bien Freud había comentado en 1900, brevemente, ‘Edipo rey’ y ‘Hamlet’ en su ‘Interpretación de los sueños’, el ensayo de más de 50 páginas que le dedicó a ‘Gradiva’ hace que se convierta en su primer análisis de una narración literaria.
Parece que quien se entusiasmó primero con la novela de Jensen fue Carl Gustav Jung y le trasmitió su admiración a Freud, quien –se dice- realizó el estudio sólo para agradar a su discípulo.
Las variadas manifestaciones de la ‘búsqueda’ científica del protagonista de la obra, el arqueólogo Hanold, demuestran la continuidad entre sueños, ensoñaciones, ilusiones y realidad, y así Freud pone de relieve la permeabilidad de los límites entre los estados normal y patológico de la mente, describe Scott Brewster, de la Universidad Central Lancashire.
Freud reconoce en su trabajo ‘que el escritor creativo ha sido desde tiempos inmemoriales un precursor de la ciencia’.
Brewster observa que el escritor y el psiquiatra no pueden escapar uno del otro.
Si están interesados en leer el trabajo completo de Freud está en el sitio ‘www.scribd.com’.
‘Gradiva, una fantasía pompeyana’, tal el título dado por su autor, refiere a la historia de un joven arqueólogo alemán, Norbert Hanold que se enamora de la figura de un bajorrelieve descubierto en Roma en una colección de antigüedades, que representaba a una joven griega.
Compra la obra, la lleva a Alemania y la coloca en su estudio.
La llama Gradiva, que se traduce más o menos como la que avanza, o camina con paso seductor.
Una noche Hanold tiene una pesadilla.
Se halla en Pompeya, en el año 79, exactamente el 24 de agosto, cuando se produce la erupción del Vesubio.
En el tumulto alcanza a vislumbrar la figura de Gradiva, quien quedará sepultada bajo las cenizas del volcán.
Despierta. Abre la ventana y por el vano ve en la calle una joven que le parece que es Gradiva.
Recuerdo una frase de Borges, adicto al tema de los sueños y las pesadillas, quien se preguntaba cómo no enloquecemos cuando despertamos y pasamos vertiginosamente de la locura de una pesadilla a la vigilia.
Por una insatisfacción producida por la confusión de sueño y realidad, el arqueólogo viaja a Pompeya.
Ahora la trama sube. Hanold ve caminando, con su andar encantador, pisando las losas de las ruinas, a Gradiva en la realidad de su siglo.
Mientras está en la antigua ciudad, producto del encantamiento, de noche sueña con Gradiva y de día se encuentra con ella.
Con el paso de las tardes su ‘Gradiva’ es en realidad Zoe Bertgang.
En alemán Bertgang significa ‘el que anda con gracia o donaire’.
Zoe paulatinamente va mostrando la realidad a un ambiguo Hanold.
Freud considera que la ‘Gradiva’ Zoe es la terapia que curará al arqueólogo.
Para Dalí, Zoe es la materialización del sueño. El deseo hecho realidad.
Cuando el libro llega al clímax -no les cuento el desenlace- el relator concluye que ‘cuando la fe trae consigo la felicidad hace pasar de contrabando toda clase de cosas inverosímiles’.
Pienso que una cosa es elaborar una Gradiva personal, íntima.
Muy otra, son las innumerables y permanentes Gradivas que nos imponen diariamente, con la promesa de felicidad, vendiéndonos toda clase de cosas inverosímiles.
No sólo ‘cosas’ sino ‘ideas’.
Aquellas que atenazan nuestra soberanía de pensamiento.

‘Gradiva. Una fantasía pompeyana’-Wilhelm Jensen-Ediciones La Tempestad-Barcelona 2005

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