Montevideo

Lejos quedaron aquellas páginas escolares que nos hablaban de un marinero de Magallanes que dijo ‘monte vide eu’ cuando divisó el cerro que se levanta al oeste de la capital uruguaya.
El origen del nombre parece ser muy otro.
Aunque hay varias versiones, los investigadores aun no se han puesto de acuerdo.
Algunos dicen que ‘monte vi’ sería en realidad ‘monte VI’ (con número romano) y hace alusión a que viniendo del este el cerro en cuestión sería el sexto que se avizora.
En la dirección de Turismo aseguran que el nombre refiere a ciertas coordenadas de navegación usadas por los marinos y que dan como ubicación exactamente ese lugar.
La cuestión es que el cerro, que domina el puerto y la ciudad, está allí y en su cima perfectamente conservado se erige el antiguo Fuerte de los españoles, hoy museo histórico.
El puerto recibe barcos de hasta 12 metros de calado.
Montevideo es una ciudad de alrededor de 1.300.000 habitantes.
Casi la mitad de la población de Uruguay vive en la Capital.
Para el viajero que cruza el Río de la Plata desde Buenos Aires, en Montevideo se siente en ‘otro país’.
Hay muy pocos semáforos en sus calles.
Saqué, deliberadamente, una fotografía a un cartel que avisa ‘a 150 metros semáforo’.
No hay bocinazos. Se jactan de ello.
‘Aquí no se toca bocina, si escuchan alguna casi seguro que es argentino’.
La prioridad la tiene el peatón, es una verdad.
Una tarde, caminando con mi hijo por el centro, al notar la presencia de un automóvil, no bajamos a la calle sino que esperamos charlando en la vereda, cuando descubrimos que el vehículo no pasaba, miramos y el conductor nos estaba haciendo gestos amables para que cruzáramos nosotros.
Todo esto habla de respeto, de educación.
Siempre he sostenido que uno puede atisbar cuál es el nivel de respeto de una sociedad observando cómo manejan sus conductores.
Muestra con orgullo su pasado.
En el lateral oeste de la Plaza Independencia, la plaza central de la ciudad, está la ‘Puerta de la Ciudadela’ y es por donde se ingresa a la denominada ‘Ciudad Vieja’, una maravilla que guarda no sólo la memoria de la Montevideo colonial que emociona, sino edificios, que con el paso del tiempo incluyeron en sus formas y fachadas arquitectura francesa, inglesa o de la clásica griega, perfectamente conservados.
El adoquinado de sus calles fue hecho con las piedras del otrora muro que protegía la ciudadela.
Artigas, Lavalleja, los 33 orientales, se repiten en estatuas erigidas en plazas o frente de edificios, en nombre de calles, paseos, o instituciones.
No se avergüenzan de provenir de los charrúas.
Lejos de ello, es uno de los gentilicios con que se los conoce a los uruguayos.
Cuentan con orgullo, como un pasado innegable, de la bravura de los charrúas que tantos dolores de cabeza les dieron a los conquistadores.
Una de la anécdotas que me refirieron cuenta que eran tan rápidos los charrúas, corrían a tal velocidad, que eran capaces de alcanzar a un jinete a caballo o en su reverso, escapar de ellos.
La historia oficial no dice que los charrúas fueron aniquilados por el general Fructuoso Rivera, sino –como acá- que se ‘extinguieron’.
Los negros están incorporados a la sociedad.
Hay gente de color en Uruguay que ha subido en la escala social.
Un negro puede ser director de escuela o médico o ingeniero.
Un pueblo que no mató una etnia, que la incorpora, es una sociedad que respeta.
El candombe es música nacional de Uruguay, y dicen con orgullosa razón que es de ellos, ya que si bien tiene sus orígenes en la música negra, la mezcla y adaptación produjo este ritmo que en el África no existe.
Julio Bocca tiene previsto mostrar el candombe a través del Ballet Nacional de Uruguay en sus giras internacionales, para lo cual le ha encargado la música al uruguayo Jorge Drexler (’Diario de motocicleta’)
Me gustó Montevideo.
Su gente es modesta y respetuosa, como dice Eduardo Galeano.
Por ahora no hay tanta violencia.
En Buenos Aires hay gente que, envuelta en el alocado ritmo de una gran ciudad, habla sola por la calle.
No me refiero a quien habla por teléfono, sino a quien lo hace como un enajenado.
Tampoco me refiero a quien durmió la última noche tirado en cualquier vereda o en un banco de la plaza, sino a gente de saco, corbata y attache.
En las veredas de Montevideo, como si sólo fuera un pueblo grande, la gente todavía sonríe mientras camina por la vereda con un mate en la mano y un termo bajo el brazo.

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